lunes, 9 de mayo de 2011

LA CONOCÍ HACE MUCHOS AÑOS

Alejandro Alvarez



He contado este detalle de mi vida y la mayor parte de quienes lo han escuchado no me lo cree. Pero la veo a ella como si fuera ayer llevándome de la mano a su trabajo, una oficina federal, de donde nos llevaban en un camión a la guardería oficial, lugar en que nos pastoreaban a la escuinclada durante toda la jornada laboral de los empleados. De no ser porque a esa edad no conocía los números podía jurar que en esos ires y venires a la guardería veía en el calendario el año de 1955. Por eso digo que a mi madre la conocí hace muchos años, siendo una jovencita. Fue ella la que me llevó por primera vez a un cine, siempre atiborrado de llantos y gritos infantiles, para ver maravillado los dibujos animados. En esa época sólo éramos dos hermanos. Con esa fuerza inexplicable de las madres nos cargaba, uno en cada brazo, para tener una mejor visión porque nunca nos tocó butaca en esa lata de sardinas cinematográfica.

En tres circunstancias están todavía frescos los recuerdos de esa primera infancia. Dos, ya las he comentado, la escuela y el cine. La tercera es el trabajo. Cuando regresábamos a casa empezaba la segunda jornada, la clásica: comida, trastes, limpieza. Al anochecer remataba con la tercera, que era atender algún negocito para complementar el gasto de la casa. Fabricó rompope y chiles chipotles adobados, que le eran aplaudidos con fervor por propios y extraños. También hacía gelatinas y ahí es donde debo contar, sin falsa modestia, que tuve un papel protagónico. Yo era el vendedor. Los fines de semana me colocaba con una pequeña vitrina en la puerta de la casa a ofertar el producto. ¡Gelatinas, gelatinas! ¡De leche y agua! Deben haber sido sabrosas porque siempre se vendieron pronto.

En las tardes lluviosas se sentaba con nosotros a ver caer los goterones sobre un charco que se formaba en el patio formando efímeras burbujas que reventaban aquí y allá mientras otras tantas se volvían a construir. Podíamos pasar una hora o más tirados de panza comiendo tacos de sal con limón hipnotizados por la escena del aguacero. Después corríamos al establo a comprar la leche porque al regreso iniciaba la radionovela. Siempre con ella de la mano y el perro ladrando, que nunca faltó en casa. Haré un paréntesis en este dato porque si alguien le sacó las primeras canas a mi madre debió ser el perro. Había que tenerlo cautivo porque era un terror en la calle. Y cuando se escapaba sin control lo único que quedaba era rogar para que no hiciera una de las suyas. Recuerdo una vez en que la jefa muy temprano tuvo que ponerse a remendar el pantalón de un señor víctima de un mordisco, en otra tiró a un panadero con su canasto de pan que en aquellos tiempos trasladaban en la cabeza en un equilibrio perfecto de la tríada bicicleta-canasto-panadero. Pagó cara esa conducta el diabólico perro que una vez llegó con una puñalada en el costado de la que milagrosamente salió vivo. En los pleitos familiares, que lógicamente existieron, mi madre se metía despacito a mi cama a sollozar y me hacía el dormido sin entender a ciencia cierta lo que pasaba. Además tejía chalecos y suéteres de gruesos hilos, gorras y bufandas. También vendió sábanas, colchas y delantales, de amplio uso por las señoras dentro y fuera del hogar, prenda de vestir indispensable. Y nos llevaba a la doctrina en las tardes y a la iglesia los domingos a la misa de niños de las diez y media. También la acompañamos al mercado con una de esas canastas tejidas de fibra natural rígida como de raíces. Sí, conocí a mi madre hace muchos años, y tengo la fortuna de tenerla viva. Y sigue chingándole duro en la vida porque dice que ya tendrá tiempo de sobra para descansar después.



MARCHA POR LA PAZ

A iniciativa de un movimiento encabezado por el poeta Javier Sicilia miles de ciudadanos en distintas ciudades del país, entre ellas La Paz, marcharon el pasado domingo contra la violencia y por la paz. En este movimiento pacifista confluyen visiones distintas del problema. Hay quienes critican ferozmente al presidente y exigen que el ejército regrese a los cuarteles. Otros opinan que el ejército es la única institución confiable en la persecución al crimen organizado. Unos grupos ya piden la renuncia de este o aquel funcionario federal o increpan al Congreso por la lentitud en legislar en materia de seguridad. Otros enfatizan en las medidas de largo plazo como incidir en la educación. Si algo ha venido a remover el poeta Sicilia es esa diversidad de convicciones y creencias de un México efectivamente lastimado y con dudas sobre la capacidad de nuestro sistema para afrontar los graves retos del momento.

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La prueba del poder

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